El Mutuo Equilibrio de la Reciprocidad

El Mutuo Equilibrio de la Reciprocidad

¡Cuántos libros, charlas, talleres, tesis… sobre la comunicación en la pareja! ¡Tanta importancia concedida al diálogo como base de las relaciones! ¡Qué imprescindible el respeto al otro como primer mandamiento de la interacción con los demás!

¿Pero quién se acuerda de la reciprocidad?

Si consultamos el significado de reciprocidad, encontraremos: acción que motiva a corresponder de forma mutua a una persona o cosa con otra.

Es decir, el sano equilibrio de dar y recibir.

La reciprocidad no sólo es una acción, sino que es también una actitud. Una forma de estar y ser en la relación. Algo que nace de dentro y que no es forzado, ni antinatural, que no requiere de una atención o una energía extra invertida en el “tú” o en el “nosotros”.

Es una actitud motivada y motivadora al mismo tiempo. Motivada por los sentimientos y las ganas de apostar, de construir. Y motivadora porque no hay nada más contagioso que las emociones.

La reciprocidad es eso que provoca el impulso de dar con la fe de que no me voy a vaciar y la generosidad de recibir, permitiendo al otro sentir también la alegría de dar.

La reciprocidad es la base de una relación sana entre iguales, sean pareja, amigos, compañeros… Reciprocidad en la dedicación, en el interés, en los sentimientos, en el respeto y en la admiración, en la sinceridad, en el grado de apertura y de implicación…

No se trata de medir, ni de llevar las cuentas, sino de algo que surge de una forma espontánea y fluye naturalmente.

La reciprocidad es un equilibrio que sólo puede nacer de la conexión y el encuentro, del sentimiento más profundo y sincero.

Por eso, cuando no hay reciprocidad, por mucho diálogo y respeto, interés y dedicación, sinceridad y demás ingredientes que tú pongas en la relación, ésta siempre caminará cojeando como alguien con una pierna más larga que otra.

Y ahora, pregúntate:

¿Cómo de equilibrada está tu relación en el dar/recibir?

¿Tienes que pedir o hacer esfuerzos en el intento de que el otro dé algo de lo que esperas?

¿Te decepcionas, te frustras a menudo por ese «algo» que no llega?

¿Tienes que autoconvencerte con excusas, que ni tú te crees, sobre las maneras de ser tuyas o del otro?

Da igual si tu relación corre o camina, siempre que no lo haga cojeando.

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El HOMBRE DE LA MÁSCARA

El HOMBRE DE LA MÁSCARA

Dicen que en un lejano país existió un hombre conocido por su máscara.

Era una máscara vistosa, formada por trozos de metal, de cuero, joyas, esmaltes, tela, madera…Pero lejos de ser un amasijo de materiales diferentes e incompatibles entre ellos, era una bella máscara, la más bella máscara que nunca se ha visto.

En realidad, los materiales que integraban la máscara habían sido proporcionados por diferentes personas: amigos, familiares, compañeros, vecinos, amores, maestros…que habían ido aportando el pequeño trozo que les parecía mejor. Ellos se sentían orgullosos de haber podido contribuir a la pequeña obra de arte y el hombre se complacía de ir embelleciendo su original máscara.

El hombre fue creciendo con la máscara que, a su vez, también fue creciendo con la colaboración de todos. Y tan satisfecho y feliz vivía con su máscara que hasta dormir hacía con ella. La gente le saludaba por la calle al reconocerle, los niños corrían alrededor encantados por su aspecto, los hombres le envidiaban y las mujeres lo admiraban.

Pero ocurrió que un día hubo una epidemia de varicela. El hombre sintió fuertes picores en su cuerpo y en su cara. Desazonado por las ampollas, fue a retirarse la máscara, pero ésta se había pegado a su piel de tal manera que a cada tirón el dolor era tan intenso que no le quedó otro remedio que acudir al médico para que le ayudara a retirarse la máscara. El médico intentó hacerlo de manera que no dañara la piel del hombre, pero estaba tan fundida a ésta que no fue posible arrancar la máscara sin llevarse también trozos de piel.

La máscara quedó destruida, desmontada trozo a trozo, en el intento de arrancarla del rostro del hombre.

Fueron necesarios varios meses para que la piel creciera recubriendo las heridas y cicatrices y muchos meses más para que el hombre aprendiera su nueva cara frente al espejo. Pero lo que más tiempo le llevó fue asumir que muchos ya no le reconocieran y que otros muchos no quisieran ni reconocerle. Se había convertido en una persona más, sin adornos. La gente ya no le admiraba, los niños ya no corrían en torno a él. Era un hombre normal, un perfecto anónimo.

Lloró muchas noches sintiéndose solo, amargado por su desgracia. Había perdido su máscara. Lo había perdido todo con su máscara: su imagen, su prestigio, su popularidad, su singularidad. Ya nadie podía reconocer su pequeña aportación en el rostro del hombre porque todo lo que tenía en él era su piel, su propia piel.

Un día, sentado en la orilla del río llorando, mirando el reflejo de su rostro deformado por la corriente, sintió una mano en su hombro y, al girarse, una cara amable de joven sonriente le preguntó:

-Hombre, ¿por qué lloras?

Él le respondió:

-Porque he perdido mi máscara y ya nadie me admira, ya no soy importante para ellos.

La joven secó una lágrima con sus dedos y le dijo:

-¿Puedes sentir esto?

El hombre, sorprendido, respondió:

-Sí. Claro que puedo sentirlo.

La mujer le besó suavemente en la mejilla:

-¿Y esto?

El hombre, más sorprendido aún, respondió casi tartamudeando:

-Sí, puedo sentirlo. También puedo sentirlo.

La mujer continuó:

-Quizás tu rostro no sea tan llamativo ahora, pero es un rostro que siente y que se deja sentir.

-Ahora puedes ser tú, de una pieza, sin fragmentos puestos por otros. Sólo tienes que darte a conocer tal y como eres ahora, quien te acepte, te aceptará a ti, no a tu máscara, y quien te quiera, podrá besar y acariciar tu verdadera piel.

Cuentan que nunca más se supo del hombre de la máscara, pero que en aquel lejano país apareció un hombre sabio que enseñó a las personas a crecer sin complejos y a descubrirse y mostrarse en su propia piel. Quizás por eso fue llamado desde entonces “el país de la gente feliz”.

Y tú, ¿prefieres tu “máscara” o tu “piel”?

¿Permites que los demás te vayan construyendo tu “máscara”?

¿Dónde y con quiénes muestras tu “máscara”?

¿Dónde y con quiénes muestras tu “piel”?

¿Qué vas a hacer por fortalecer y mostrar tu “piel” esta semana?

Recuerda siempre que, a fuerza de tratar de responder a la imagen que los demás piden de nosotros, podemos acabar por no saber quiénes, realmente, somos.

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