por Nieves Rúa | artículos, Cursos y Talleres
¡Cuántos libros, charlas, talleres, tesis… sobre la comunicación en la pareja! ¡Tanta importancia concedida al diálogo como base de las relaciones! ¡Qué imprescindible el respeto al otro como primer mandamiento de la interacción con los demás!
¿Pero quién se acuerda de la reciprocidad?
Si consultamos el significado de reciprocidad, encontraremos: acción que motiva a corresponder de forma mutua a una persona o cosa con otra.
Es decir, el sano equilibrio de dar y recibir.
La reciprocidad no sólo es una acción, sino que es también una actitud. Una forma de estar y ser en la relación. Algo que nace de dentro y que no es forzado, ni antinatural, que no requiere de una atención o una energía extra invertida en el “tú” o en el “nosotros”.
Es una actitud motivada y motivadora al mismo tiempo. Motivada por los sentimientos y las ganas de apostar, de construir. Y motivadora porque no hay nada más contagioso que las emociones.
La reciprocidad es eso que provoca el impulso de dar con la fe de que no me voy a vaciar y la generosidad de recibir, permitiendo al otro sentir también la alegría de dar.
La reciprocidad es la base de una relación sana entre iguales, sean pareja, amigos, compañeros… Reciprocidad en la dedicación, en el interés, en los sentimientos, en el respeto y en la admiración, en la sinceridad, en el grado de apertura y de implicación…
No se trata de medir, ni de llevar las cuentas, sino de algo que surge de una forma espontánea y fluye naturalmente.
La reciprocidad es un equilibrio que sólo puede nacer de la conexión y el encuentro, del sentimiento más profundo y sincero.
Por eso, cuando no hay reciprocidad, por mucho diálogo y respeto, interés y dedicación, sinceridad y demás ingredientes que tú pongas en la relación, ésta siempre caminará cojeando como alguien con una pierna más larga que otra.
Y ahora, pregúntate:
¿Cómo de equilibrada está tu relación en el dar/recibir?
¿Tienes que pedir o hacer esfuerzos en el intento de que el otro dé algo de lo que esperas?
¿Te decepcionas, te frustras a menudo por ese «algo» que no llega?
¿Tienes que autoconvencerte con excusas, que ni tú te crees, sobre las maneras de ser tuyas o del otro?
Da igual si tu relación corre o camina, siempre que no lo haga cojeando.
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por Nieves Rúa | artículos, Cursos y Talleres
Tod@s hemos sentido miedo, al menos una vez en la vida. Hemos sentido esa sensación intensa y paralizante unas veces y de huida otras.
Pero ¿qué es, realmente, el miedo?
El miedo es una emoción primaria, presente en todos los animales y relacionada con la ansiedad. Una emoción, como todas las emociones, adaptativa frente a la percepción de un peligro real o imaginario, presente, futuro o pasado. Y como todas las emociones primarias, beneficiosa y necesaria para la supervivencia. Sin el miedo podríamos enfrentarnos a peligros reales sin medir las consecuencias.
Existen los miedos universales: físicos, como el miedo a los ruidos fuertes y repentinos, como los de las explosiones, a las alturas. O emocionales, como el miedo al abandono, al ridículo o a lo desconocido, a la muerte.
El miedo tiene unos efectos en nuestro cuerpo y en nuestro comportamiento.
El miedo produce cambios fisiológicos: ante la percepción de un peligro se acelera el metabolismo, se incrementa la producción de cortisol, con lo que también lo hacen la presión arterial, la glucosa en sangre y los glóbulos blancos, aumenta la tensión muscular, el calcio libre en sangre y la adrenalina. Disminuye la actividad en el estómago e intestinos, se intensifica la producción de lágrimas y saliva, se da una visión en túnel y se reduce la audición.
Cuando sentimos miedo se producen, también, cambios corporales: los ojos se abren para ampliar el campo visual y tener mayor sensibilidad para ver la amenaza con mayor claridad, con lo que cambia la expresión facial.
Vemos alterada nuestra percepción, convirtiendo el objeto de nuestro miedo en algo más grande de lo que es y más próximo de lo que está. Cuanto más se acerca el objeto, más potente es la distorsión.
El miedo ha sido utilizado a lo largo de la historia para manipular y controlar y, aún hoy, sigue siendo así.
Nuestro mundo, nuestro entorno, ha ido evolucionando mucho más rápido que nuestra mente y nuestras emociones. Con lo cual, podemos llegar a percibir ciertas sensaciones corporales inofensivas como amenazas que no son tales. Esto se da de una manera exagerada e irracional en los ataques de pánico que sufren algunas personas.
¿Qué podemos hacer, entonces, ante el miedo? ¿Cómo impedir ser controlad@s por el miedo?
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El primer paso es aceptar que tienes miedo. No trates de negarlo, ni ocultarlo.
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Observa tu miedo sin juicios: qué ocurre en tu cuerpo, cuándo ocurre, qué piensas entonces, qué te dice tu miedo. Concreta a qué tienes miedo.
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Pregúntate: ¿ese miedo es real?, ¿es real el riesgo? ¿qué es lo peor que puede ocurrir? ¿qué probabilidad hay de que ocurra? (valora esa probabilidad del 0 al 10) ¿qué efectos puede tener? (valora el daño del 0 al 10). Multiplica la probabilidad por el posible daño, te dará el verdadero valor del riesgo.
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Sigue preguntándote: ¿qué puedo hacer para reducir la probabilidad de que ocurra? ¿qué puedo hacer para minimizar el daño? Multiplica nuevamente. Si el nuevo valor se ha reducido a 50 o menos, hazlo, atrévete.
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Si el nuevo valor es mayor de 50, pregúntate ¿qué beneficio puedo obtener de hacerlo, aunque sea con miedo? Dale un valor para ti al beneficio del 0 al 10. Multiplica la probabilidad de que ocurra por el beneficio.
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Ahora compara el valor del riesgo con el valor del beneficio. ¿Cuál es mayor? Si es mayor el beneficio, hazlo, atrévete.
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Visualiza el momento en el que lo estás haciendo y todo va bien. Concéntrate en lo que sientes, fíjate bien dónde lo sientes, cómo es eso que sientes, qué piensas en ese momento, qué oyes, qué ves, qué es lo que más llama tu atención. Vas a llevarte un regalo de este momento, cualquier cosa, sonido, sensación que quieras llevarte de aquí. Va a ser lo que te va a acompañar en tu camino al éxito, como un anclaje. Tu salvavidas en los momentos de tempestad.
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Cada vez que te asalte la ansiedad o el temor, concéntrate en tu respiración y en el anclaje. Verás reducir sus niveles y te ayudará a conectar con tu objetivo y el presente.
Y este puede ser tu método para superar y vencer al miedo.
Como dijo Alejandro Jodorowsky, “tu miedo termina cuando tu mente se da cuenta de que es ella la que crea ese miedo”.
Y ahora haz que tu mente cree el camino, no el fantasma.
Si quieres profundizar algo más te recomiendo el micro taller «Superar el miedo»
Micro taller Superar el Miedo
por Nieves Rúa | artículos, Cursos y Talleres
Como dije en mi anterior post, una cosa es saber reconocer una relación tóxica y otra, bien distinta, poder desengancharte de ella.
Y digo desengancharte porque es como una droga que sabes que te está matando, y de la que no eres capaz de prescindir. De hecho, el proceso de ruptura y alejamiento de la relación es lo más parecido a un síndrome de abstinencia o “mono”.
Lo que te voy a proponer aquí no es una receta infalible, pero es lo más aproximado a ella si pones tú el ingrediente principal que es tu voluntad.
¿List@ para soltar amarras?
Toma la decisión y prepárate para el camino.
Cree que, de verdad, estás preparad@ para alejarte y que es lo mejor que puedes hacer por ti. Entiende que nada de lo que hagas y pongas de tu parte va a cambiar la situación en esta relación. Valora si es el mejor momento para cortar el hilo. Pregúntate: ¿estoy dispuest@ a seguir con esta relación, tal y como es, toda la vida? ¿Soy feliz en esta relación o infeliz? ¿Es éste el prototipo de relación que quiero mantener? ¿Quiero seguir esperando un mejor momento?
Motívate para el cambio.
¿Para qué quiero romper? ¿Qué es lo que no me gusta de esta relación? ¿Qué me estoy perdiendo con esta relación? ¿Qué me pasará a mí y a mi entorno si sigo con esta relación? ¿Cómo mejorará mi vida si la dejo? Haz una lista de razones por las que quieres alejarte de esta relación.
Elige una fecha concreta para poner fin a la relación.
Es importante que esa fecha no esté a más de una semana o dos de distancia. Si la pospones demasiado o no te marcas fecha, nunca encontrarás el momento ideal.
Conoce mejor tu “modus operandi” ante tu pareja.
Probablemente, ya te has planteado otras veces la ruptura, incluso has dado un primer paso, pero no has sido capaz de mantenerte en firme, has flaqueado y has vuelto. ¿Cuáles son los desencadenantes que te han hecho volver a la relación? ¿Cómo puedes evitar o podrías haber evitado esos desencadenantes? Haz una lista con actividades y maneras de evitar esos desencadenantes cuando ocurran.
Asocia este reto a otro reto motivador de aprendizaje/mejora
Por ejemplo, estudio, dieta… Los logros de uno, te motivarán para el otro.
Prepárate para pasar un síndrome de abstinencia que durará de unos días a unas pocas semanas.
Sé consciente de que te sentirás deprimid@, con dificultad para conciliar el sueño, irritable, ansios@, con dificultad para pensar claramente, apátic@, con fuertes deseos de ponerte en contacto con tu expareja, añorando el pasado como si te faltara algo vital… Recuerda siempre que, por intenso que esto sea, es temporal.
Busca aliados para este tiempo.
No se trata de que te ayuden, sino de que te apoyen. Nadie puede hacerlo por ti, pero puedes hacerlo con alguien.
Limpia todo de recuerdos cuanto antes.
Aparta de tu vista fotos, discos, objetos, joyas, perfumes…todo lo que te evoque a la persona con la que quieres romper lazos. Tal vez no sea el momento de tirar, pero sí de apartar. Esta limpieza también incluye no visitar lugares en los que tengamos buenos recuerdos, ni pensar en las cosas buenas, ni releer cartas o mensajes…
Evita todo contacto con tu expareja.
Esta es una decisión que tendrás que tomar cada día y experimentarla como una pequeña victoria que te llevará a una gran victoria. Ganarás autoestima, confianza y madurez. Prémiate cada día que pases sin comunicarte con él/ella.
Repite como un mantra cada vez que te sientas flaquear:
“Soy muy fuerte y puedo con esto” “Me mantengo firme en mi decisión y no me defraudaré a mí mism@”
Dedícate a hacer cosas divertidas.
Deporte, practicar algo que te guste y eleve tu vibración, rodearte de personas positivas a las que quieres y con las que te sientes a gusto. Tampoco te vendría mal aprender algo nuevo que establezca nuevas conexiones neuronales. Porque el proceso va a ser duro y te va a doler y, seguramente, estarás triste, ansios@, desganad@…
Contrarresta los efectos de la abstinencia que te va a suponer el contacto cero.
El amor genera dopamina y oxitocina en nuestro cerebro, por lo que sería interesante encontrar maneras de generar estos dos neurotransmisores de otras maneras:
- Alimentos: almendras, aguacates, plátano, chocolate, café, té verde, sandía.
- Hábitos: tareas que involucren tu creatividad, tu entusiasmo y tu interés, dar regalos, tener detalles con las personas, hacer deporte (caminar, correr, nadar…), escuchar música alegre que te guste.
- Complementos alimenticios: cúrcuma, Ginkgo biloba
- Meditación o Mindfulness
- Especias: tomillo, perejil, hierbabuena, eneldo, romero
- Relaciones: abrazos, caricias, palabras de cariño y ánimo
Márcate un plan estratégico con todo lo anterior:
- Fecha de inicio
- ¿Qué harás cada vez que estés tentad@ a ponerte en contacto con él/ella?
- ¿En qué personas te vas a apoyar? ¿Con quiénes vas a contar?
- ¿Qué día y a qué hora vas a hacer tu limpieza de recuerdos? ¿Cómo te vas a premiar por hacerlo?
- ¿Qué otro reto vas a asociar a este?
- ¿Qué actividades vas a hacer para estar bien? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Con quién?
- ¿Qué hábitos vas a introducir en tu vida?
- ¿Cómo te vas a premiar cada día que pase sin él/ella? ¿Y cómo vas a celebrar o premiar tu reto final?
Y estos, junto con tu voluntad, son los ingredientes para una nueva vida lejos de tu expareja tóxica.
Es decir, para volver a vivir. Ánimo!